lunes, 17 de mayo de 2010

pánico

Esta vez debo escribir rápidamente, con urgencia, antes de que las ideas huyan despavoridas o se líen entre ellas y monten su culebrón. Cuando esto último ocurre no hay quien sepa cuál es hija de quién ni quién es hijo de cuál. Y esta vez el discurso es tan complicado que no discurre y no lo comprendo ni yo. Las ideas me pueden. Así que sin hacer mucho ruido voy a intentar organizarlas para que salgan a escena cuando les corresponda, sin atropellarse unas a otras.

La primera que debe aparecer cuando se hace el silencio, se apagan las luces y se oyen las últimas toses es el Pánico. Le han llamado Pánico Escénico por eso mismo. Ahí le tenemos acojonado unos minutos antes de salir a escena, para inmediatamente crecerse, claro, porque en cuanto se le pasan los nervios se vuelve más alto, más guapo, más expresivo y una voz más clara y vibrante sale de su garganta. Ya ha dominado la situación. Ha sabido disfrutar con pelín de vanidad los nervios del escenario y ya está en su salsa. Se le olvida  que hace un momento casi se hacía caca encima. Recuerda a Peter Pan en aquel momento, preso, atado a un poste a punto de morir ahogado porque subía la marea o algo así, en el umbral de la muerte, diciéndose a sí mismo: la muerte debe ser otra gran aventura o esto debe ser muy interesante. No recuerdo las palabras textuales así que me vais a perdonar que no cite a los autores al pie de la letra. Al fin y al cabo todo el mundo cree que no se trata más que de un dibujo animado y pocos son los que se dan cuenta de que Barrie era un señor de carne y hueso que hacía decir a sus personajes las cosas que pensaba él.

El siguiente que aparece en escena es el PÁNICO con mayúsculas. Parece que domina nuestra vida, pero en realidad es como un gigante de las fiestas levantinas, de cartón piedra, muy grandote pero que no tiene ningún interés. Es ese gran miedo a volar, por ejemplo, o a meterse en una cabina de escáner a que te lean los males del cuerpo, o a que te den el resultado de unas pruebas médicas después de 15 días de larga espera. Se pasea con los cabezudos disfrazado de rey enseñoreado por nuestras mentes fóbicas pero todos sabemos que en realidad es un hombrecillo sosteniendo un armazón que a su vez sostiene un traje que a su vez sostiene la idea de importancia.

Diréis que no tengo razón y que a esos grandes miedos hay que tenerles un poquito más de respeto, porque son el gran miedo a la muerte.

Pues no. El que nos da más miedo, el verdadero miedo es el miedo al miedo. Es el pánico con minúsculas, el auténtico pánico. No es tanto el miedo a que el avión estalle y se haga añicos junto con nuestras vidas, o a que el escáner o la horrible prueba revelen una enfermedad mortal y nos sintamos condenados  del corredor de la muerte. Lo que nos produce verdadero pánico es nuestro propio pánico a estar en un avión encerrados con nuestro propio miedo a no controlar nuestro miedo, o a no ser capaces de soportar estar una hora dentro de la máquina con nuestro miedo a que se olviden de nosotros mientras nos asfixiamos o a no soportar 15 días de angustia con nuestro miedo subido a la chepa acompañándonos todo el rato y recordándonos que tenemos un grave problema de ansiedad y angustia vital.

Estoy siendo un poco dura con las pinzas, pero así lo veo yo. De alguna forma, en algún momento pensamos algo así como yo no voy a poder con esto. Esto me puede a mi. Y da igual lo que sea esto. Pero no hay ningún esto que sea más fuerte que nosotras, las pinzas. Agarradas a un hilo, a una cuerda soportamos el peso de lo que quieran colgarnos, y no necesitamos nada más que nuestro simple mecanismo de sujeción.

Dejé este texto suspendido en este punto hace ya varias semanas porque me vi un poco consejeradelibrodeautoayuda y me caí un poco gorda. Esto no debe interpretarse como una crítica a los libros de autoayuda, de los que he leído algunos muy buenos y otros no tanto, pero que no los critico en absoluto, porque además de ayudarse a sí mismos son libros que ayudan a los demás. En general están escritos en un tono cariñoso, y lo importante, como sabía muy bien el Capitán Garfio era el tono. Este siempre se hacía la pregunta de si su comportamiento, vestimenta, actitud, o lo que fuera que se cuestionase en ese momento, era de buen tono. Al Capitán Garfio le importaba muchísimo la clase, el saber estar y se lo envidiaba mucho a Peter Pan, que tenía todo eso de natural. Peter Pan era como esa guapísima de Cien años de Soledad que no se daba cuenta de lo guapísima que era y que tenía una belleza cuyos destellos iban matando a los hombres de Macondo. Pues a Peter Pan le pasaba tres cuartos de lo mismo con la elegancia y la distinción innatas, que ponían a Garfio de los nervios porque él impostaba gestos y maneras delante del espejo y no conseguía para nada el buen tono tan ansiado: se le notaba muy artificial. Y es que la elegancia está en la forma de moverse, de andar, en la voz, (no me digáis que nunca habéis oído una de esas voces que recuerdan a los minidinosaurios de Parque Jurásico y te destrozan el tímpano), o en el movimiento de la mano (que nunca tendrá unas puntillas blancas, un pañuelito o un meñique estirado), todo eso llevado con naturalidad. Del libro de Peter Pan, que os recomiendo encarecidamente, pues este señor lo escribió como obra literaria, no como guión de película de Disney, lo más elegante del personaje de Pan es cómo se enfrenta a la muerte en esa escena que os he contado unos párrafos más arriba. Y por eso le duele tanto a Garfio y le produce tanta envidia, a él que va vestido como todo un señor pirata con su levita ceñida, su peluca y sus chorreras, pero vive temiendo constantemente encontrarse con el tictac del reloj que se tragó el cocodrilo, que le recuerda incesante su miedo al miedo.