martes, 16 de noviembre de 2010

Queridos telespectadores o personas que esperais en la distancia:
(tele significa distancia y espectar supongo que esperar y no pienso confirmarlo en el diccionario, que no son horas, así que fiaros y aplicaros el vocablo).
He tenido la visita en este blog de un escritor, que no os voy a decir el nombre pero que con un poco, no hace falta demasiada, de suspicacia, viendo el nuevo blog que he añadido a la lista, podeis adivinar de quién se trata. Tenemos en común algunas cosas, pero la más importante es que Perez Reverte nos parece un escritor insufrible y por eso nos pueden acusar de envidiosos porque ha vendido mucha más obra que nosotros. En mi caso seguro y en el caso del otro no lo sé pero estoy casi segura. En mi caso la certeza podría darse con cualquiera. Porque hasta 1 es mayor que 0. Eso libera bastante de compromisos y críticas. La verdad es que es muy cómodo eso de que no te lea ni el tato. Lanzas letras y palabras al espacio internauta que explotan como lo harían los fuegos artíficiales lanzados al mediodía: nadie los ve pero se oye un zumbido y el cielo se queda manchado de un rastro sucio y olor a pólvora. Se presta atención un nanosegundo y se vuelve uno a sus asuntos.

Esta vez quería dejar mi ego apartado por un ratito pero no ha sido posible, así que inevitablemente debo hablaros de la muerte, que pesada soy con el temita lo sé, pero es que necesito contar las sensaciones de una pinza respecto de su muerte. Sí, ahora que he empezado un proyecto emprendedor, ahora que soy una artista emergente, ahora que gozo de buena salud y tengo toda la vida por delante, ahora, en este precioso instante, quiero hablar de la muerte.

En  Imago tengo colgados dos grandes cuadros. En uno hay unos girasoles que todo el mundo alaba, y os voy a contar por qué. En general la gente cree que es la técnica, o la belleza, o el color o yo qué sé. Pero si gustan es porque bajo esos girasoles hay un muerto que yace y alimenta esa planta grasienta con la placidez  de su muerte. No estoy volviéndome loca, es que me inspiré en el cuadro de Anselm Kiefer, que tiene varios
cuadros enormes con ese motivo= girasol-muerto yacente y aunque no he encontrado el que quería exactamente, os haceis una idea y al que le interese ya tiene un tema para navegar un rato. Ahí va otra
foto:
La he puesto extragrande para que podais apreciar al muertito. En mis girasoles el muerto no aparece, pero os aseguro que los alimenta y por eso están tan nutridos y hermosos. Si quereis ver los míos tendreis que pasaros por IMAGO, qué le vamos a hacer.

Y por qué en este momento me intereso por ese tema, os preguntais así en general? Pues porque me descoloca un poco el paso del tiempo que va convirtiendo el cuerpo de una niña en el de una mujer adulta que acaba siendo una vieja, y no es el deterioro lo que me agobia, sino el asunto de que la niña en ningún momento ha abandonado ese cuerpo que tiene arrugas y flacideces y continúa viviendo como un ocupa en un cuerpo que no le pertenece. Y lo mismo le pasa a la adolescente rebelde y a la jovencita ligona, y a la treintañera listilla y a la de cuarenti salida, por poner unos ejemplos. Todas dándose de codazos en un cuerpo que va menguando y que se vuelve comodón y aburrido y no quiere saltar ni correr ni nada por el estilo, como mucho darse un paseo por el campo pero sin ningún afán deportivo.

Por eso, siendo consciente de este conflicto interno de todas las edades contenidas en el mismo habitáculo, que reclaman mi atención día tras día y agotan mi paciencia, de pronto recuerdo al muertito de los girasoles de Kiefer y pienso en el descanso de ese cuerpo que ya nadie quiere ocupar y que se descompone tranquilamente, a su ritmo, sin que nadie le moleste. Y sobre él, esas flores enormes, que son como de madera, desvían la atención y dejan que el muerto yazca en paz.

Sé que estas reflexiones os parecerán un poco tétricas, pero es que es otoño y como a los árboles, el cuerpo nos pide desprendernos de las hojas rojas y entrar en estado de hibernación esperando que llegue el Invierno, que, como siempre traerá a las Entrañables consigo; bajar las pulsaciones al mínimo, ralentizar el flujo sanguíneo, dormitar al abrigo de la manta o de la calefacción, enroscarse y dejar que el invierno pase por encima de uno hasta que podamos reverdecer de nuevo.

No es que la pinza entera quiera morirse ahora que está empezando un nuevo proyecto, que está tan tierno y lleno de brotes; os aviso que a veces los brotes no brotan, no rompen, no estallan, se quedan ahí como un estornudo mal estornudao o como un polvo mal echao. No, no es eso. Es una parte cansada, mayorzota y un poco pasada de vueltas, la que quiere que la dejen en paz y quedarse debajo de los girasoles gigantes. Y también hay una parte que piensa en el cuerpo, no como vehículo, sino como obstáculo porque ha dejado de ser un deportivo y ahora tiene que ir a velocidad de crucero que es mucho más seguro y más monótono.

Bueno, he disfrazado esta entrada de profundidad lúgubre, pero en realidad los motivos son mucho más superficiales: Echo de menos los vicios, las adicciones que me sentaban tan mal pero que el cuerpo juvenil aguantaba como un pirata, y que tenían, como es inherente a ellos una parte viciosa y perdida tan de Janis Joplin. La pinza joplin le pide a la pinza emprendedora-madredefamilia-trabajadora entregada, que o bien la saque por ahí a emborracharse o, si ya no es posible, la deje dormir durante un tiempo bajo los girasoles.

Y todo esto os lo cuento para que alguien me diga, te comprendo, porque a mí algunas veces me ha pasado exactamente lo mismo.